miércoles, 25 de julio de 2007

Anel

Mazunte es mi playa favorita en el mundo, cada vez que voy me cuesta demasiado tener que dejarla. Sin embargo, a pesar de toda la gente maravillosa que he conocido en ese lugar, la costeña mas sorprendente que me he encontrado no es de ahí.

Ella se nos apareció en la playa de Marquelia en medio de un desayuno de "pescaditas" y una resaca fenomenal. Rápidamente nos envolvio con sus encantos y a las ocho de la noche sin esfuerzo alguno, nos envió a Puerto Escondido a cumplir su voluntad. Como si fueramos sus esclavos, trazó una alianza con los franceses y para la noche siguiente, nos entregó como sus mercenarios para combatir al invasor yanqui por las calles de la costera. Al regreso triunfal de la batalla, tuvimos como premio una vaca lechera para cuidar el resto de la madrugada. Por la mañana, desapareció y nos mando de vuelta a la capital. Tengo pocos recuerdos de lo demás, solo se que vació hasta el último centavo de nuestros bolsillos y nos regreso hechos una piltrafa humana a nuestras casas. De no haber quedado navidad tan cerca, seguramente el hambre y la desilusión hubieran acabado con nosotros.

Hoy hace ya varios años de ese invierno del dos mil dos y pocas veces hablamos de Anel. Pero todos sonreimos cuando nos acordamos y estoy seguro que como yo, los otros la han vuelto a ver. Las últimas veces que se me ha aparecido he notado que tiene un aspecto más joven y sofisticado, como el aire que rodea al chocolatero.


Brandon W.

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